miércoles, 28 de enero de 2009

Los Arribes, paraíso inexplorado

LA OPINIÓN DE ZAMORA

SAYAGO (Recorrido por la Senda del Duero)
Los Arribes, paraíso inexplorado
El nuevo itinerario por el Parque Natural, incluido en el programa de Grandes Senderos de Castilla y León, descubre un camino agreste, salpicado de referencias fluviales, abundante en vegetación y con un envidiable patrimonio etnográfico


Espectacular vista del cañón del Duero desde las laderas de Pinilla de Fermoselle, en el Parque Natural de Arribes, uno de los miradores más impresionantes del paisaje arribeño Foto I. Gomez

IRENE GÓMEZ. Un agreste y sorprendente paisaje se abre al viajero que se adentra en los Arribes del Duero. El aún muy desconocido territorio fronterizo empieza a despertar, habla por sí solo. Es la llamada Senda del Duero una propuesta atractiva para quien gusta de senderear entregándose a la naturaleza, más accesible gracias a la señalización de un trazado de Gran Recorrido (GR-14) que discurre por la parte zamorana del Parque Natural de Arribes del Duero, desde Moral hasta Puente de San Lorenzo, donde el Tormes hace frontera con la provincia de Salamanca. Casi 85 kilómetros descubriendo un hermoso parámetro de la comarca de Sayago, marcado por su monumento natural más emblemático, el río Duero, discurriendo, escondido y mudo, entre los majestuosos farallones que forman el arribanzo, refugio una fauna diversa.
Con el objetivo de explorar las riquezas naturales que brinda el cañón fluvial, nos disponemos a recorrer la Senda del GR-14, incluida en el Programa de Grandes Senderos Naturales de Castilla y León que ya suman más de 1.300 kilómetros a lo largo y ancho de la Comunidad Autónoma. El Parque Natural de Arribes del Duero forma parte de ese gran trazado que ofrece a los amantes de la naturaleza una generosa manera de disfrutar, esta vez de de lo cercano, tantas veces desconocido.
En su primera etapa, la Senda del Duero discurre entre Moral de Sayago y Villardiegua de la Ribera; 25 kilómetros entre caminos de escasa dificultad. Moral es pues el punto de partida hacia el sendero de la ribera, salpicado de típicas construcciones fluviales como molinos y puentes, perceptibles aún pese al abandono una actividad muy lejos de sus años de esplendor. Es el caso del puente Samé, de piedra de granito y ejemplo típico la arquitectura sayaguesa. De épocas doradas se conserva también el molino Yalgalgue, asentado en la roca, o el de la Resbaladera, ambos restaurados y símbolos de otrora imperante actividad fluvial de la zona.
Un bosque de ribera acompaña al caminante en un trayecto que, si bien está dominado, por los encinares, regala una variada flora con enebros, fresnos o sauces entre las enormes piedras graníticas características del paisaje sayagués. De repente, un enorme montículo de tierra descubre el desmonte realizado para la construcción de la frustrada central nuclear. El camino abandona por un momento el agreste paisaje hacia la presa de Valcuevo, hoy reconvertida en un área recreativa desde donde se divisa el salto de Villalcampo, icono del aprovechamiento hidráulico.
Tras cruzar la carretera de Zamora a Miranda una paisaje distinto se abre al caminante. Los viñedos que sobreviven en los parajes de Villalcampo y Carbajosa se levantan entre caminos plagados de moreras, encinas y enebros, todo un manjar de otoño. Los resquicios de la extinta actividad agrícola emergen en forma de pequeños huertos a lo largo y ancho de una campiña que permite observar un paisaje a varios kilómetros a la redonda, a mitad de camino entre Moral y Villadepera.
Y es así como la senda se adentra en Villadepera por la ribera de los molinos en una bifurcación donde también es posible dirigirse a Moralina, sin salirse de los límites del Parque Natural. La Senda del Duero discurre por el curso fluvial entre cortinas de piedra y enormes rocas graníticas, algunas sostenidas de forma imposible. Regala un hermoso recorrido entre majestuosos fresnos que marcan el cauce, adornado con pequeños puentecillos de piedra y el no menos sorprendente puente Zamora, de Moralina, asentado sobre una roca y construido con grandes lanchas graníticas.
Villadepera, pintoresco pueblo sembrado de árboles frutales, con las cortinas de piedra, uno de los elementos típicos de la etnografía sayaguesa, muestra numerosas señas de identidad de una cultura agropecuaria secular. La cuidada arquitectura tradicional se resalta con dos ejemplos la alquitara y la FuenteBeber, de construcción romana.
El camino prosigue hasta Villardiegua de la Ribera, alternando masas de roble con un campo abierto y llano hasta adentrarse en el casco urbano y desembocar en su símbolo más emblemático, la Mula. Una escultura de una sola pieza de 2.500 años de antigüedad, rescatada del Castro de Sanamede y vinculada a la Segunda Edad de Hierro.
Villardiegua conforma todo un tesoro arqueológico para los estudiosos. Estelas, cerámicas e inscripciones en latín dan fe del abundante patrimonio que siembra el término. Saliendo entre zonas adehesadas, a unos cinco kilómetros aparece el Castro de Sanamede, dominado por la voluminosa Peña Redonda, desde donde se divisa una espectacular vista del Duero encajonado y haciendo frontera con Portugal. Riscos y grandes piedras de granito esconden cuevas y épicas historias de bandoleros y contrabandistas. Todavía recuerdan algunos vecinos el uso del Paso de las Estacas, donde el río adquiría tal punto de estrechez que se intercambiaban mercancías con Portugal.
En el castro se conservan los vestigios de la ermita de San Amede, situada hacia finales de la Edad Media. Un trayecto regado de arroyos y molinos, algunos recuperados, muestras de la gran actividad agrícola años atrás. Dehesas de encinas y sendas invadidas por zarzas y matorral acompañan un camino salpicado por los típicos puentecillos de piedra, molinos y pequeñas fincas cercadas por singulares cortinas. Así hasta la llegada a Torregamones, donde el camino ofrece la oportunidad de desviarse a los chiviteros, ancestrales construcciones que se utilizaban para guarecer a las crías de los chivos, manteniéndose al abrigo de las madres. Torregamones brinda al caminante escenas pastoriles de otros tiempos. Pintorescos son los cigüeñales para extraer el agua y regar los pequeños huertos que garantizan el sustento del hogar, o burros, mulas y caballos ayudando en las labores del campo. Estampas que conviven con la modernidad en una armonía muy pronunciada a lo largo de la senda.
Cruzando la carretera que conduce a Miranda do Douro, el camino prosigue hacia Gamones, enclave de nuevos pobladores y jóvenes emprendedores. Un camino salpicado de huertas y cortinas que en su tramo final discurre por un corredor de frondosas encinas que invita a la contemplación. El trayecto desde Gamones a Badilla discurre entre un apetecible bosque de encinas, fresnos, chopos y alisos, toda una vegetación de ribera entre las formaciones pétreas sin las que no se entendería este rincón de Sayago, en el corazón del Parque Natural.
En su continuidad hasta Fariza, la ribera de los molinos muestra las reminiscencias de la actividad hidráulica que se desarrolló en toda la zona. Los documentos demuestran que a mediados del siglo XVIII había hasta 16 molinos en la ribera, algunos de los cuales se han recuperado y otros perduran entre ruinas o como un montón de piedras desordenadas. Conserva Fariza y todos sus pueblos un abundante patrimonio etnográfico del más puro Sayago, con la piedra como elemento emblemático de la vida y cultura del arribanzo.
El bautizado como sendero GR-14 discurre paralelo al río, aunque a prudencial distancia de los cortados y farallones que esconden el cauce en las más remotas profundidades. Y así, paso a paso, Cozcurrita. Un coqueto pueblo donde conviven casas típicas con nuevas construcciones, armonizadas con el entorno. Puentes y cortinas de piedra entre las dehesas de encina desembocan en Fariza, "cabecera" de la zona. Camino de Mámoles, el paisaje alterna las masas de enebro y encina con grandes rocas de granito. Y, medio escondidos entre la vegetación, los chiviteros del Carrascalico hasta que un arquetípico conjunto arquitectónico, formado por la piedra de molino, el potro de piedra recibe al visitante en Mámoles. La ribera marca de nuevo el camino, con el recuperado Molino de Serafín, sobre el arroyo de Santa Marina, cuya singularidad radica en conservar la cernidora para separar la harina del salvao. O los puentes de piedra en un camino que discurre prácticamente paralelo al arribanzo. Tal ubicación permite observar el cañón del Duero desde alguno de los altiplanos.
Continúa el agreste valle camino de Fornillos, otra vez entre molinos y arroyos, donde crecen frondosos fresnos, encinas y enebros, para alcanzar el pueblo por una estrecha senda entre paredes de piedra. Fornillos, cuna de emprendedores y asentamiento de nuevos pobladores, se ha cuidado de conservar la arquitectura y el entorno. El resultado es un pueblo acogedor y atractivo que invita a hacer un alto en el camino, antes de encarar la caminata hacia Pinilla de Fermoselle entre huertos y olivos. Si algo caracteriza el trayecto, son los alcornoques, singulares y majestuosos, todavía aprovechados por la extracción de corcho. La cercanía al arribanzo está salpicada de encinares y ya se adivinan los bancales que conducen al encajonado Duero. El suave clima arribeño favorece el olivo, característico de este singular pueblo, donde sus gentes trabajadoras bregan con la dificultosa orografía para recoger la aceituna.
Pinilla descubre al caminante una de las escenas más bellas de esta ruta de Gran Recorrido, la contemplación del Duero por un serpenteante y encajonado que invita a la contemplación permanente. El río se presenta en este punto como el gran cañón fluvial en su camino hacia Portugal. La ladera salpicada de encinas y matorrales ofrece un deslumbrante paisaje, puramente característico de los Arribes que perdura hasta que se atisba el perfil de Fermoselle, la villa de los Arribes. El pintoresco pueblo sayagués otorga todo tipo de servicios al viajero, amén del disfrute de sus miradores el Duero y empedradas calles que llevan hasta el Convento de San Francisco, sede de la Casa del Parque y senda abierta hacia la vecina Salamanca, con el Tormes haciendo frontera natural. Los arribes salmantinos esperan al caminante.

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